Cuando Alfredo vio que todo lo que le quedaba en la cartera eran 15 euros su cara cambió. Una enorme sonrisa se le dibujó en el rostro. Miró su reloj y vio que sólo eran las 5.30 de la mañana. Desde fuera tenía más pinta de currante que de millonario aunque su cuenta corriente tuviese varios ceros a la derecha. Pero esa noche no le importaba ya nada. Ni las reuniones, ni los informes de producción, ni los análisis de mercado... Esa noche había vuelto a ser él mismo. O quizás se había reconstruido. El hecho solo de salir con sus amigos, de despreocuparse de lo vano y centrarse en la amistad de sus viejos camaradas de juergas. De salir a tomar cervezas en vez de cenas de empresa. De decir barbaridades con sus amigos en vez de tanta compostura ni cuernos en vinagres. De hablar de cosas sublimes a la par que de cosas mundanas. Esa noche era una de esas noches en la que todo gusta. En las que todo sale bien. Esa noche era Alfredo I El Grande. Nunca, desde que se convirtió en ese empresario temido y elogiado a partes desiguales, había tenido la oportunidad de volver a sus orígenes. A su ser. Y seguía con esa sonrisa en el rostro. Y es que lo mejor de la vida son las cosas pequeñas.
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2 comentarios:
Le llamaremos el relato Guadiana, porque aparece y desaparece de tu blog. :P
Me alegra que haya vuelto a aparecer.
A petición popular....
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